Para comprender las relaciones entre los Barca y los oligarcas de Cartago, y por qué estos últimos traicionaron a Amílcar al final de la primera guerra y más tarde a su hijo Aníbal al final de la segunda, es necesario conocer la verdadera dimensión de las dos partes.
Durante siglos, el poder en Cartago había estado en manos de muy ricos oligarcas que disponían de poderosas redes comerciales en numerosas ciudades de todo el Mediterráneo occidental y que preferían tratar con un estado débil e incapaz de imponer el sistema fiscal necesario para el desarrollo y el esfuerzo bélico.
Amílcar era el líder natural de los reformadores, cuyo objetivo era un estado más poderoso, capaz, entre otras cosas, de entrenar y mantener un ejército profesional y así evitar los caprichos de los ejércitos mercenarios y poder defender eficazmente los territorios de Cartago frente a los repetidos asaltos de una Roma imperialista. Los reformadores contaban con el apoyo político de la Casa del Pueblo. Amílcar, el héroe de la Guerra de Sicilia, tenía la posibilidad de hacerse con el poder tras su victoria sobre los mercenarios, pero sus planes eran de mayor alcance. Negoció con sus oponentes conservadores su retirada de la vida política a cambio de una reforma que otorgaba al ejército el derecho a elegir a su líder. Esta reforma tuvo una gran repercusión en los acontecimientos posteriores.
Tras eliminar el control de los oligarcas sobre el ejército, Amílcar, el nuevo comandante en jefe elegido por el estado mayor y apoyado por la Casa del Pueblo, ocupó la rica península Ibérica, donde fundó y dirigió un estado íbero-cartaginés. La magnitud de este logro permitió a Cartago compensar los territorios perdidos y adquirir los recursos militares y financieros necesarios para defenderse de los embates imperialistas de Roma, que le habían hecho perder Sicilia, Cerdeña y Córcega y habían destruido gran parte de su sistema comercial.
Tras la muerte de Amílcar, el rico estado íbero-cartaginés se desarrolló bajo el poder de su yerno Asdrúbal, y después bajo el de Aníbal, que amplió la zona de influencia cartaginesa al tiempo que daba a su poder un carácter federal.
En -218, cuando Roma le declaró la guerra, Aníbal no era un simple general a las órdenes de la metrópoli, sino un jefe de estado, además de un líder militar responsable de toda la zona de influencia cartaginesa, es decir, desde el golfo de Sirte en Libia hasta los Pirineos. En realidad, Aníbal era mucho más poderoso que todos los dirigentes de la metrópoli juntos, y dirigía un estado cuyos ingresos eran probablemente tan importantes como los de la República.
Debemos tener esto en cuenta cuando hablamos de la Segunda Guerra Púnica. Los ricos y poderosos senadores, partidarios del antiguo sistema parlamentario cartaginés que dejaba poco poder al ejecutivo, temían el poder personal de los Barca, que habían creado un nuevo estado cuya forma y eficacia administrativa no tenían nada en común con las del antiguo régimen parlamentario.