Este libro presenta varias tesis nuevas sobre la historia de Aníbal. La más importante se refiere a la batalla de Zama, que, según el autor, es una invención de la propaganda romana.

A finales del siglo XX, las misiones arqueológicas americana e inglesa llegaron a la conclusión de que los famosos puertos púnicos de Cartago fueron construidos en el siglo II a.C.

Este hallazgo, que implica que el puerto militar se construyó después de la guerra y del tratado de 201 a.C., que prohibía a Cartago disponer de una marina militar, fue acogido con gran asombro. Serge Lancel escribe: « En esta aparente distorsión entre el testimonio de los textos y el de la arqueología, se abre una de esas lagunas que a menudo desorientan al historiador de la antigüedad ». Por su parte, Abdelhamid Barkaoui señala: « ¿Cómo conciliar, pues, una arquitectura portuaria militar concebida para acoger grandes unidades navales con un contexto político que lo prohibía ? ».

Según el jefe de la misión arqueológica británica, H.R. Hurst, los dos puertos adquirieron su configuración hacia el año 200 a.C. Pero para liberarse de la paradoja histórica, el arqueólogo consideró « inconcebible que Cartago hubiera emprendido grandes obras portuarias en aquella época » y propuso una fecha posterior al final del periodo del tratado de paz -alrededor del 150 a.C., señala Hurst-, al tiempo que expresaba su « sorpresa [por la] fecha tardía de la construcción de este gran puerto artificial ». Entre el 150 a.C. y el 149 a.C., cuando comenzó el asedio final, Cartago no tenía ni el tiempo necesario ni la intención de poner en marcha tales obras, ya que se encontraba bajo una doble amenaza existencial. En primer lugar, la de Masinisa, que le había sustraído numerosos territorios, y, en segundo lugar, la amenaza de destrucción, esgrimida públicamente desde el año 153 a.C. por Catón y sus partidarios en el Senado de Roma. La única razón que impedía a los senadores acabar con Cartago en aquel momento era la falta de un pretexto, y está claro que la construcción de un puerto militar en contravención del tratado de 201 a.C. les habría proporcionado el tan ansiado pretexto.

En realidad, el intento de fijar la fecha de construcción del puerto militar remitiéndose a textos antiguos no tiene ninguna posibilidad de éxito ya que el problema reside precisamente en esos textos. La arqueología no miente, pero los historiógrafos sí, sobre todo teniendo en cuenta que las fuentes que han llegado hasta nosotros son exclusivamente « prorromanas ».

La primera fuente, Polibio, está ampliamente sobrevalorada. Polibio convivió con la familia de Escipión y su único testigo de las hazañas del africano fue el amigo íntimo de éste, Laelio. Además, estaba muy unido al nieto del africano, Escipión Emiliano, el genocida de Cartago. Según sus propias palabras, su amistad « alcanzó tal grado de intimidad que, no sólo en Italia y Grecia, sino incluso en las tierras más lejanas, se conocieron sus afectuosas relaciones ». ¿Cómo, en esas condiciones, aceptar su imparcialidad ? En la introducción a su obra, Polibio critica a todos los historiadores que le precedieron, acusándoles de parcialidad, unos hacia Cartago, otros hacia Roma. Y, así, se considera a sí mismo imparcial por excelencia. En realidad, se limita a corregir algunos de los excesos demasiado burdos de sus predecesores, principalmente de Fabio Píctor, que escribió en plena guerra, por encargo del dictador Fabio Máximo, para contrarrestar la poderosa propaganda de Aníbal. La supuesta imparcialidad de Polibio es puramente declarativa. Basta leer los aberrantes diálogos entre Aníbal y Escipión para convencerse de ello. Sin embargo, Polibio sirvió de fuente casi exclusiva para la mayoría de los autores que le siguieron.

Estos y muchos otros datos nos han llevado a reconsiderar los hechos mediante una nueva lectura de la historia del último siglo de Cartago que revela otra versión de los hechos y pone de relieve una nueva percepción de Aníbal y de su proyecto. La imagen del ilustre cartaginés ha seguido dependiendo en gran medida de unas proezas militares que, no lo olvidemos, estaban siempre al servicio de un claro objetivo político: liberar a los pueblos sometidos y unirlos en una Confederación, cuyo texto fundacional afortunadamente ha llegado hasta nosotros. Aníbal no fue un aventurero ávido de poder y gloria; siempre respetó escrupulosamente la constitución de Cartago y las leyes de la guerra y nunca, ni siquiera cuando el Senado cartaginés conspiraba abiertamente contra él, aprovechó su inmensa popularidad para hacerse con el poder. Fue el paladín de otra visión del mundo, una visión fundamentalmente democrática, antiimperialista y federalista, compartida y defendida por el ejército plurinacional que le acompañó sin traicionar nunca su confianza, aun en los peores momentos.

En la elaboración de esta biografía hemos recurrido en gran medida a Theodor Mommsen, cuyo nombre solo aparece ocasionalmente en las notas, pero que en realidad está latente en cada página, y a Yozan D. Mosig, cuya impecable claridad nos ha permitido ser conscientes de la amplitud de la desinformación romana.

Tras veintidós siglos de sumisión a una versión de los hechos fundamentalmente propagandística y romano-céntrica, es hora de abrir nuevas vías de investigación.

Aníbal: La verdadera historia y la impostura de Zama

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