La historia no recoge con detalle la labor que realizó Amílcar en Iberia, pero sí sabemos que treinta años después de su muerte, Catón el Viejo, que admiró la obra del cartaginés, exclamó, a pesar de su odio hacia los Barca y sus incesantes llamamientos a la destrucción de Cartago: « Ningún gobernante merece ser nombrado en la historia junto al nombre de Amílcar Barca… »
Cuando inicia la ejecución de su plan, Amílcar tiene que ocultar su objetivo estratégico. Se piensa que va a realizar una expedición hacia el oeste para pacificar ciertas regiones que se han sublevado durante la Guerra de los Mercenarios. Su ejército bordea la costa, mientras que la flota, dirigida por su yerno Asdrúbal el Bello, navega mar adentro.
Al llegar a Tánger, Amílcar pone en marcha su ansiado plan; el ejército embarca, cruza el Estrecho y llega a Iberia.
EL ESTADO ÍBERO-CARTAGINÉS
La historia no recoge con detalle la labor que realizó Amílcar en Iberia, pero sí sabemos que treinta años después de su muerte, Catón el Viejo, que admiró la obra del cartaginés, exclamó, a pesar de su odio hacia los Barca y sus incesantes llamamientos a la destrucción de Cartago: « Ningún gobernante merece ser nombrado en la historia junto al nombre de Amílcar Barca… ». Este testimonio de un enemigo implacable arroja luz sobre el alcance de las obras de desarrollo llevadas a cabo por los cartagineses en la península.
Conocemos los éxitos de Amílcar durante los nueve últimos años de su vida (-236 / -228), hasta el día en que murió en el campo de batalla en la flor de la vida.
Conocemos los resultados obtenidos después de él por Asdrúbal el Bello, su yerno y heredero de su cargo, que continuó sus vastas obras durante ocho años consecutivos (-228 / -221).
En lugar de una simple red comercial, con un protectorado sobre Gades (Cádiz), Amílcar fundó un gran estado construido sobre el modelo helenístico de la fusión de pueblos, un estado consolidado tras su muerte por Asdrúbal el Bello. Gracias a estos dos hombres, las regiones más bellas de esta gran tierra, las costas meridional y oriental, experimentaron un desarrollo considerable. Se construyeron varias ciudades, entre ellas Akra Leuké y Cartagena, con su puerto -el único válido de la costa meridional-.
La agricultura florece y las minas de plata más ricas, encontradas en las cercanías de Cartagena, proporcionarán considerables ingresos durante siglos.
Casi todas las ciudades hasta el Ebro reconocen el nuevo Estado íbero-cartaginés. Asdrúbal el Bello consigue reunir a todos los jefes de los diferentes pueblos.
Los Barca no sólo crean una nueva y enorme salida para el comercio y las manufacturas cartaginesas, sino que los ingresos de las provincias ibéricas, además de proporcionar los fondos necesarios para el funcionamiento del Estado y sus ejércitos, dan a Cartago un importante superávit.
Al mismo tiempo, el gran ejército cartaginés en Iberia crece y se hacen levas regulares en todos los territorios aliados.
La profesionalidad de Amílcar consagra el apego del soldado a su general, y las largas campañas consolidan este apego. Por último, los feroces y continuos combates con los valerosos íberos y celtas, junto con la excelente caballería númida, dotan a la infantería cartaginesa de unas notables maniobrabilidad y solidez.
En el Senado cartaginés, los opositores de los Barca no encuentran nada que reprocharles, pues estos no solo no reclaman a Cartago ninguna ayuda ni compromiso, sino que además envían dinero a la metrópoli con regularidad. Sus partidarios alaban sus méritos: gracias a Iberia, el comercio cartaginés ha recuperado todo lo que había perdido en Sicilia, Cerdeña y Córcega. El ejército, con sus numerosas victorias e importantes logros en su haber, gana popularidad en la propia Cartago, hasta tal punto que en momentos críticos, sobre todo tras la muerte de Amílcar, Cartago, ansiosa por salvaguardar su nuevo territorio, envía importantes refuerzos a Iberia.
Roma se muestra indiferente a los asuntos cartagineses en Iberia. Considera que es una tierra lejana que permite a Cartago pagar sus cuotas de guerra. Pero el rápido progreso y la extensión de las conquistas cartaginesas despiertan su interés. En -226, negocia el Tratado del Ebro con Asdrúbal el Bello y le exhorta a no extender sus conquistas más allá del río: quiere detener el avance cartaginés en Iberia y asegurarse un sólido apoyo de los pueblos del norte del Ebro.
El Senado romano no se hace ilusiones sobre la necesidad de una segunda guerra con Cartago. Roma está decidida, como demuestra el plan de campaña de -218, a combatir en Iberia y África y acabar así con un rival que ha recuperado todo su poder militar y comercial a pesar de dos grandes conflictos y la pérdida de Sicilia, Cerdeña y Córcega.
Pero también está preocupada por un asunto urgente: deshacerse de los galos del valle del Po.
ANÍBAL EN EL PODER
Los planes de Amílcar han tenido éxito. Ha dejado tras de sí un ejército numeroso y operativo, habituado a la victoria, y Cartago se ha enriquecido con su nuevo y próspero estado ibero-púnico.
Asdrúbal el Bello, político más que general, pero digno sucesor de Amílcar, es asesinado a principios de -221 y los oficiales del ejército de Iberia eligen al hijo mayor de Amílcar como sucesor. Su elección es validada por la Asamblea del Pueblo en Cartago.
Aníbal solo tiene veintiséis años, pero su vida ha sido plena: la Primera Guerra Púnica y luego la Guerra de los Mercenarios han dejado huella en su infancia, sobre todo por ser hijo de la primera figura de la época. En sus sueños infantiles, sabía que estaba llamado a un destino excepcional. A pesar del ambiente militar y de la vida en el campamento, Aníbal recibe la educación habitual entre los cartagineses de clase alta. Aprende suficiente griego, gracias a las lecciones de sus fieles tutores Sosilo de Esparta y Sileno de Kaleakte, para poder escribir en esa lengua. Siendo adolescente, da sus primeros pasos bajo el mando de su padre: lo ve caer a su lado en la batalla, y luego, bajo la dirección de su cuñado Asdrúbal el Bello, toma el mando de la caballería. Su deslumbrante valentía y su talento militar le distinguen inmediatamente de los demás. A él le corresponde continuar la obra de pacificación y desarrollo de Iberia iniciada por sus predecesores. ¿Quizá sueña también con exportar fuera de la península la gran idea de unir a los pueblos libres y fundar nuevos estados bajo el liderazgo federal de Cartago ?
Muchos han intentado denigrarlo, pero el aura de Aníbal ha crecido a lo largo de los siglos. Si dejamos a un lado las calumnias y faltas que se le atribuyen y que hay que imputar a sus aliados, no encontramos nada censurable. Todos los cronistas le reconocen el mérito de haber sabido combinar, mejor que nadie, compostura y ardor, previsión y acción. Por encima de todo, es inventivo. Le gusta adentrarse en caminos inesperados que le son propios. Prolífico en estratagemas, estudia con una minuciosidad sin precedentes las costumbres del adversario al que tiene que combatir. Su ejército de espías -incluso en el Senado de Roma- le mantiene al tanto de todos los planes del enemigo: a menudo se le ve disfrazado, con pelo postizo, explorando y sondeando a sus hombres. Su genio estratégico y táctico está escrito en todas las páginas de la historia. También es un destacado estadista: tras la paz con Roma, gobierna Cartago, revisa la Constitución y pone en marcha importantes obras y reformas económicas. En Oriente, ejercerá una inmensa influencia en la política de los imperios orientales. Será almirante, arquitecto, urbanista, escritor… Por último, la increíble y constante sumisión de ese ejército plurinacional que, aun en los momentos más desastrosos, ni una sola vez se rebelará contra él, da fe de su extraordinario carisma.
LA BATALLA DEL TAJO
Tan pronto como Aníbal es nombrado general de los ejércitos, se propone someter a los olcades. Rápidamente toma Althia, su capital. Las demás ciudades le juran inmediatamente lealtad. Luego lanza una expedición sobre los vacceos y toma sin problemas Helmántica (Salamanca) y, con mayor dificultad, Arbucala (actual Toro).
De regreso a Cartagena, Aníbal es informado de que el pueblo más poderoso de Iberia, los carpetanos, ha encabezado una coalición armada que reúne a todos los pueblos vecinos y supera ampliamente en número a las fuerzas cartaginesas.
Aníbal evita una batalla campal y organiza una retirada para situarse al otro lado del Tajo. Los valientes íberos intentan cruzar por varios puntos, pero cuando llegan a la otra orilla, Aníbal lanza cargas de elefantes, seguidos por sus jinetes, sobre las orillas del río. Los enemigos son aplastados por los paquidermos o muertos en su retirada por la caballería cartaginesa, que se siente segura en el agua contra la infantería. Finalmente, Aníbal cruza el río en persona, cae sobre sus enemigos y deja a más de 40.000 de ellos en el campo de batalla.
Esta primera gran batalla de Aníbal revela algunas de sus habilidades tácticas: aprovecha la configuración del terreno para desorganizar a sus oponentes y luego desata toda su fuerza de ataque.
EL CASO DE SAGUNTO
Tras la batalla del Tajo, todos los pueblos al sur del Ebro se someten excepto los saguntinos, que no dejan de enviar emisarios a Roma. Tras una disensión entre los propios saguntinos, estos toman como árbitros a los romanos, que condenan a muerte a los aliados de los cartagineses y envían una embajada a Cartagena para advertir a Aníbal de que se abstenga de cualquier agresión hacia Sagunto. Aníbal, refiriéndose a la injusta condena a muerte de sus aliados, responde que « los cartagineses no pueden cerrar los ojos ante semejante ataque, pues es norma tradicional de conducta entre ellos no dejar nunca sin ayuda a los oprimidos ». Tras esta reunión, Aníbal envía emisarios a Cartago para pedir instrucciones en caso de que sus aliados sean atacados por los saguntinos. Poco después, estos atacan a los turboletas, aliados de los cartagineses. En -219, Aníbal toma Sagunto. La ciudad, aunque situada en la zona de influencia cartaginesa determinada por el Tratado del Ebro, pide ayuda a Roma, pero no obtiene respuesta.
Tras siete meses de asedio, Aníbal toma la ciudad. Roma envía una delegación a Cartago, encabezada por Fabio Máximo, que exige nada menos que la rendición de Aníbal y sus oficiales. Los cartagineses afirman su respeto por los tratados, a diferencia de Roma, que había aprovechado la Guerra de los Mercenarios para tomar Cerdeña y Córcega y agravar la cláusula financiera vulnerando el tratado de -241. Pero el orador romano corta las negociaciones y exige teatralmente a los cartagineses que elijan entre la paz y la guerra. Los cartagineses replican que elija él mismo. El embajador opta por la guerra, y el desafío es aceptado de inmediato. Es la primavera de -218 y Aníbal tiene veintinueve años.
Responsabilidad del inicio de la guerra
La historiografía romana y filorromana, incluso en la época, mantuvo que Aníbal fue el responsable de iniciar la guerra. Legiones de historiadores han utilizado todas las maniobras imaginables -incluso el desplazamiento del río Ebro- para sacar a Sagunto de la zona cartaginesa y acusar a los Barca de haber querido la guerra. Pero estas manipulaciones no resisten el análisis de las fuentes primarias.
Polibio trazó una delimitación de los territorios de Cartago que ponía fin a la controversia territorial: « …los cartagineses habían sometido también toda Hispania, hasta la costa rocosa donde, en el Mediterráneo, termina la cadena de los Pirineos, que separa a los íberos de los galos ». Además, dudando ante los débiles argumentos de sus contemporáneos, Polibio quiso separar el Tratado del Ebro de la alianza de Roma con los saguntinos, pero esta última es posterior al tratado firmado por Asdrúbal.
Por último, como escribe Yann le Bohec: « La controversia puede aclararse gracias a una anécdota que no deja lugar a dudas ya que la cuenta un escritor latino:
« Aníbal contó una vez a sus soldados una conversación que había mantenido con un representante de sus enemigos:
– « No cruces el Ebro », amenazó el romano. « ¡No toques Sagunto ! ».
– Pero », replicó el cartaginés, « ¡Sagunto está al sur del Ebro !
– « No te muevas de allí », oyó finalmente que le ordenaba.»